02 abril 2009

La dos del director

La dos del director
Ramón Alfonso Sallard
Manipular a los manipuladores

En un voluminoso libro sobre Lee Harvey Oswald, presunto asesino de John F. Kennedy, el polémico escritor estadounidense Norman Mailer –fallecido en años recientes- acuñó una frase sin igual: “la política es el arte de manipular a los manipuladores”.
Si el ser humano es un ser político por naturaleza, como lo sostuvo Aristóteles, la manipulación es inherente a nuestra especie. Manipulamos y nos manipulan. Los políticos profesionales –el término es de Max Webber- serían entonces los especialistas en la materia.

Hoy se cumplen 15 años del asesinato de un gran manipulador. Luis Donaldo Colosio. Su libro de cabecera era El arte de la guerra, de Sun Tzu, que podría resumirse como el arte del engaño. Lo paradójico es que el entonces candidato presidencial del PRI murió engañado, después de manipular a propios y extraños. Fue un buen hombre y un gran estratega, aunque en su momento muchos creímos –me incluyo- que de llegar al poder, habría sido una versión moderna de Pascual Ortiz Rubio, a quien algunos de sus contemporáneos llamaban El nopalito.
En 1994 el país estaba polarizado, escindido, incendiado, aunque no tanto como hoy. Los principales actores políticos de entonces, manipularon y fueron manipulados: Carlos y Raúl Salinas, Ernesto Zedillo, Manuel Camacho, José Córdoba, Alfonso Durazo, Marcelo Ebrard… Era la época en que los priístas dirimían a balazos sus disputas políticas.
Aún no llegaban los panistas al poder. Primero fue la frivolidad, luego el autoritarismo. La derecha erró en el diagnóstico y consecuentemente en la receta. Felipe Calderón es incapaz de distinguir entre un catarrito y un cáncer terminal, como él mismo lo ha admitido. Lo peor es que no hay corrección de rumbo. Entre la clase política tradicional no se percibe grandeza. Sus miembros sólo quieren el éxito personal e inmediato, no la trascendencia, como lo planteó José Ingenieros en El hombre mediocre. Hay que decirlo con claridad: los panistas son los que han propiciado que México, en la actualidad, sea no un Estado fallido, sino un Estado criminal.
En el PRD el glosario de trampas en sus elecciones internas avergüenza a muchos de sus militantes, y hace aparecer como aprendices a los priístas. En cambio, varios de sus dirigentes celebran sus pequeños y grandes triunfos “haigan sido como haigan sido”, en franca consonancia con el pensamiento calderonista. De entre todos, destaca un inescrupuloso personaje: René Bejarano.
Con el desprestigio a cuestas, hace pocos meses emergió de nuevo a la luz pública e intentó retomar el control de su tribu. La puesta en escena en el Monumento a la Revolución engañó a los incautos, aunque en los hechos debilitó y fracturó a su organización. No obstante, Bejarano ha sabido promocionarse como el gran ganador de la contienda interna del PRD en el DF. Y eso es falso de toda falsedad. Ganó Izquierda Unida, no IDN. El caso de Coyoacán es sintomático.

Coyoacán, el Waterloo de Bejarano
Marco Antonio Martínez
La selección interna para elegir candidatos a diputados locales, federales y a jefes delegacionales en el Partido de la Revolución Democrática es su talón de Aquiles porque muestra el rostro más descarnado de las tribus. Coyoacán, antiguo coto de René Bejarano, es una muestra de lo que ocurrió en el país.
Y es que el líder de la corriente Izquierda Democrática Nacional (IDN), con todo y el arsenal de mañas, perdió en la elección en el distrito que era su mayor orgullo y también el de la mayor concentración de votos perredistas a nivel nacional.
Se trata del 31 local, ganado por Bejarano en 2003 y gracias al cual el maestro presidió la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, antes de su caída provocada por los videoescándalos de Carlos Ahumada. El ganador fue Armando Jiménez, de Nueva Izquierda (NI), la corriente de los Chuchos.
La elección del 15 de marzo fue un festín de irregularidades –entrega de despensas, acarreo de votantes, robo de urnas, compra de votos, etcétera- en el que participaron frenéticamente todas las corrientes perredistas. En Coyoacán el aquelarre electoral ejemplifica lo que ocurrió en todo el país. Previo a la elección había un pacto de no agresión entre corrientes. Izquierda Unida (IU), NI e IDN habían acordado impulsar las precandidaturas de Raúl Flores y de la escritora Laura Esquivel a jefe delegacional y a diputada por el Distrito 27, respectivamente.
Cada tribu tenía su planilla para diputados locales y federales.

El domingo 15 de marzo el triunfo señalaba a Flores, a la autora de Como agua para chocolate, y a Jiménez en el Distrito 31. Pero los furibundos simpatizantes del legislador local, Miguel Sosa, bejaranista y precandidato perdedor a diputado federal por el Distrito 23, acudieron al Comité Directivo Delegacional para hacer un balance.
Según una denuncia, llevaban gasolina con la intención de quemar las boletas, tanto que sólo se salvaron unas. Como perdieron, la intención era reventar la elección, anularla y recuperar el distrito baluarte de El señor de las ligas. La estratagema falló y el miércoles 18, Raúl Flores fue declarado ganador.
Bejarano vio la derrota como parte de un complot y durante una reunión con sus simpatizantes, el 17 de marzo, acusó a Marcelo Ebrard de imponer a Raúl Flores e incumplir acuerdos.
La realidad es que pese a sus artilugios, dinero y presión, René Bejarano perdió en su casa y sin duda marcará una recomposición en el PRD, sus corrientes y en las dirigencias local y nacional, pues el profesor de las ligas no está atado de manos.

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