Fue presentada oficialmente en mayo pasado, con mucha pompa, en el
alcázar del Castillo de Chapultepec, con el Consejo Rector del Pacto por
México en pleno y la plana mayor de la élite financiera del país como
invitada especial.
En septiembre la aprobaron los diputados. En noviembre, los senadores. Y este jueves, apenas, la promulgó Enrique Peña Nieto.
Arranca, pues, la reforma financiera, que modificó 34 ordenamientos
contenidos en 13 leyes, y con la que se pretende impulsar el crédito, de
manera masiva y a bajo costo, para detonar el crecimiento económico del
país… según el gobierno.
El de hoy, en Los Pinos, para la promulgación presidencial de la
reforma financiera, fue un acto sin brillo, con una presencia discreta
de los hombres y mujeres de la banca privada –rostros serios, sin
ninguna emoción, sin nada qué celebrar–, muy pocos líderes
empresariales, ningún presidente de partido y nadie que hiciera recordar
al Pacto por México.
Pero resulta que, aun antes de entrar en vigor, la reforma financiera
ya ha hecho maravillas, particularmente en uno de sus pilares, que es
el fortalecimiento de la banca de desarrollo, para convertirla “en un
verdadero motor de desarrollo”, según dijo Luis Luis Videgaray en su
turno.
Al staff de Presidencia se le ocurrió hacer un acto tan teatral como
los que hacía hace más de 20 años el entonces presidente Carlos Salinas
de Gortari con los actos y las ceremonias del Programa Nacional de
Solidaridad, el instrumento emblemático de la época para el combate a la
pobreza.
En ese entonces se trataba de que en medio de las intervenciones
oficiales, alguna persona de la localidad, beneficiaria de Solidaridad,
contara al público –a lágrima suelta, con una bien ensayada actuación,
con discurso elaborado en las oficinas de la Presidencia– cómo era de
desgraciada su vida antes de Solidaridad y cómo este programa había
traído “luz y esperanza” a sus vidas, con mejores caminos, más
alimentos, salud y educación.
Y el de hoy fue una mala copia de aquellos actos teatrales.
Habló primero el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, como cabeza
del sector financiero. No varió su discurso: los bancos están bien
capitalizados y bien manejados, pero prestan muy poco y muy caro.
Le siguió Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, al que la
reforma le confiere más atribuciones. Le puso mesura al asunto: sí, hay
que impulsar el crédito y es cierto que la banca presta poco. Pero
tampoco se puede incrementar el crédito si no se acompaña de un aumento
similar del ahorro interno. Aumentar el crédito a lo loco, sugirió,
llevó al país, entre los años setenta y mediados de los noventa, a “una
secuencia devastadora de crisis financieras recurrentes”.
Mientras Videgaray y el propio presidente Peña Nieto ven a la banca
de desarrollo como la panacea, Carstens pidió velar “porque la banca de
desarrollo delimite claramente su papel complementario, no sustitutivo
de la intermediación privada”.
Y por último, antes de que el presidente Peña Nieto hiciera uso de la
palabra, tomó el micrófono la señora Silvia Rosario Figueroa Hotel,
presidenta de la Concentradora Nacional de Plantas Ornamentales
(Conaplor). En el programa distribuido a periodistas e invitados, su
participación no estaba incluida.
En un discurso que mostró mucho lo poco o nada de su autoría, contó
la señora que en Cuautla, Morelos, un centenar de productores de plantas
ornamentales se unieron “con la idea de incrementar el valor agregado
de nuestra producción y cubrir diferentes nichos de mercado, en busca de
mayores ganancias”.
Y se les apareció la luz: “Con esta idea –siguió– nos acercamos a la banca de desarrollo, en donde apoyaron nuestro proyecto”.
Y luego, un relato amplio de las bondades y maravillas que la banca
de desarrollo ha hecho con los productores de plantas ornamentales que
hoy forman Conaplor. “La banca de desarrollo ha confiado en nuestro
proyecto”, dijo, sin mencionar nunca una institución un particular.
Gracias a los créditos generosos, asesoría y asistencia técnica de la
banca de desarrollo, dijo, “Grupo Conaplor es una de las principales
productoras y comercializadoras de plantas ornamentales en
Latinoamérica”.
Y no sólo eso, sino que están en proceso de certificación “para
incursionar en el mercado internacional y convertirnos en una de las
principales comercializadoras no sólo en Latinoamérica, sino en el
mundo”.
Y el colofón “solidaridesco”:
“Hoy puedo decirles que gracias al acompañamiento de la banca de
desarrollo, Conaplor es una historia de éxito. Les recomiendo a quienes
quieran desarrollar proyectos productivos que se acerquen a esta banca
de desarrollo”.
Aplausos.
Pero éstos, como todos los que se escucharon en el acto, sin el menor entusiasmo.
Y ya, por último, el presidente le agradeció su testimonio y dijo a
los presentes que eso es lo que busca la reforma financiera: replicar en
todo el país las historias de éxito.
El acto concluyó con la promulgación formal de la reforma financiera.
El presidente estampó su firma en el documento correspondiente. Lo
mostró sonriente, por un buen rato, para la foto.
Previamente elementos del Estado Mayor Presidencial (EMP) le habían
llevado un abultado montón de hojas –la reforma aprobada en el Congreso
contenía poco más de mil 600 hojas–, amarrado con listón tricolor a
manera de regalo, con moño al centro.
“Es un regalo para México”, dijo el presidente, lejos del micrófono.
Pero al término, ya cuando el presidente bajó del presidium para
despedirse de los invitados, y se multiplicaban los grupitos, el dichoso
paquete que supuestamente contenía la reforma quedó en el olvido.
Ya nadie había en el presidium ni en el estrado. Cuando se retiró el
presidente a sus oficinas y se vaciaba el salón Adolfo López Mateos, el
personal del EMP fue por el paquete. Pasaron por donde estaban varios
reporteros.
Unánime la coincidencia de éstos: el paquete era de utilería, con hojas que seguramente irían… al reciclado.
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