Borrar el mural de Atenco es una provocación, reflejo de impotencia, y un anodino intento por silenciar lo que el mural dice, pero es asimismo signo de un proyecto de país gobernado por el PRI: un país sin voz, sin memoria histórica, sin vergüenza.
El mural
Nacido en la resistencia contra el decreto expropiatorio de 2001, el
mural del Auditorio de San Salvador Atenco [“Alerta mi general Emiliano
Zapata en la lucha de Atenco”] se convirtió rápidamente en un referente
obligado de identidad, no para un pueblo a secas, sino, sobre todo, para
un pueblo victorioso. En esa identidad de victoria, forjada en la que
es, probablemente, la más tenaz de las luchas en las últimas décadas en
México, estaba presente también la derrota de los poderosos de este
país.
El mural era símbolo y resultado de la, ésa sí imborrable, afrenta
que representó echar atrás, en una dura batalla con dolores y muerte
incluidas, el decreto expropiatorio del 22 de octubre de 2001 emitido
por Vicente Fox e inmediatamente respaldado por el entonces gobernador
priísta del estado de México: Arturo Montiel, padrino político y
familiar directo de Enrique Peña Nieto.
El mural, si la memoria y las fotografías no fallan, tiene pintados
momentos en los que el México bravío habló a través de sus personajes.
Por eso, nada más y nada menos, están ahí Ricardo Flores Magón,
Francisco Villa y Emiliano Zapata; por eso están Digna Ochoa, los
zapatistas, y la huelga del CGH en rostro de mujer; por eso están La
Jornada, el Ahuehuete y las máscaras del carnaval; por eso están el
maíz, la tierra, e Ignacio Del Valle con la cicatriz inolvidable que le
dejara la primera batalla contra los granaderos el 14 de noviembre de
2001 en el “democrático” Distrito Federal.
En el 2006, en el mayo rojo, el mural vio lo que intentaba ser la
aniquilación del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT). El
operativo orquestado contra el FPDT fue, como se ha documentado
ampliamente, planeado y monitoreado por Peña Nieto, quien no tendría
empacho en reivindicarlo primero en Estados Unidos- a unos cuantos días
de sucedido-, y luego, como se recordará, en su comparecencia ante
estudiantes de la Universidad Iberoamericana, en mayo de 2012. El mural
de Atenco duele. Duele mucho. Duele al poder que, otra vez, se vio
derrotado en 2010 cuando Felipe Álvarez, Ignacio Del Valle, Adán
Espinoza y otros militantes del FPDT regresaron a su pueblo, luego de la
prisión o el “salto de mata” constante y el mural, y el pueblo de
nuestro país, los vio nuevamente vencedores. Éste, por eso, es un mural
hereje. Porque dice en la memoria y en la piel y en la historia y en la
vida y en el presente lo que los poderosos niegan y callan.
La foto
El miércoles 4 de diciembre de 2013, el profesor Alberto Patishtán,
liberado el 31 de octubre luego de 13 años de injusto encarcelamiento,
sostuvo una reunión que se suponía privada con Peña Nieto. El hijo
predilecto del grupo Atlacomulco que gobierna el país, buscó el convite.
El indulto a Patishtán es, sin dejo de duda, la única acción de la
actual administración priísta, y del propio Peña Nieto, que ha tenido
cierto reconocimiento y alguna leve legitimidad.
El profe Patishtán, al reunirse con él, tomó una decisión personal
que en nada mina la injusticia a la que fue sometido. A quienes, de
diferentes modos, nos sumamos a la consigna de su libertad puede
disgustarnos esa imagen, pero en nada demerita lo que Patishtán demostró
durante más de una década de encierro inmerecido y cruel. Quienes
conocen más a fondo su caso saben bien bajo qué condiciones absurdas por
incomprobables, y viceversa, fue juzgado y sentenciado. Durante 13
largos años perdió su matrimonio, la niñez de sus hijos, la salud
propia. En su contra estuvo todo, pero él, con una firmeza que nadie
debe obviar, y en cambio admirar, soportó a pie firme. Patishtán, al
momento de su detención, no era, quizá no lo sea- sin menoscabo de su
persona-, un militante político en franca oposición al gobierno. En la
cárcel, con la cárcel, supo de la injusticia y sintió en vida propia la
discriminación más vil. Encarcelado, en experiencia, conoció lo que la
justicia mexicana, y sus presidencias municipales, y sus tribunales de
justicia estatales, y la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)
significan: parcialidad, terror, injusticia suprema para la nación.
Fue el movimiento por su liberación, y la amplia gama de solidaridad,
quien logró arrancarlo de la prisión. Fue el Comité por su libertad,
más la comunidad Del Bosque, más los estudiantes organizados de la UNAM,
más Daniel Giménez Cacho y Raúl Vera, más todo lo que Ignacio Del Valle
hizo en Europa, y los profesores de la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación (CNTE) peleando contra la reforma
educativa, lo que a fuerza de gritos hizo posible la liberación. A
Patishtán, por su resistencia verdadera, aquélla que nadie puede poner
en entredicho, debe agradecérsele cómo desnudo por completo al sistema
judicial de este país.
La reunión sostenida con Peña Nieto, antes que demeritar a Patishtán,
habla de la nula ética y el oportunismo más ramplón de quien dice
dirigir un país. No fue la voluntad política de Peña la que liberó al
profesor, fue, insisto, la presión social ejercida la que lo consiguió.
Peña Nieto, el mural y la foto
El 7 de diciembre el histórico mural atenquense fue borrado. El
objetivo, como lo ha denunciado el FPDT, es la provocación contra esta
organización a la que desde el poder, especialmente Peña Nieto, se le
tiene un rencor muy particular. Son demasiadas las derrotas que los
machetes atenquenses siguen propinando. Borrar el mural, además de
violar los acuerdos firmados en agosto del 2003, es el intento más
estúpido y banal por arrebatar la memoria y el testimonio de las
victorias pero, sobre todo, el testimonio de las derrotas del poder.
No es casual tampoco el nulo aprecio hacia una expresión artística
que dota de identidad cultural a un pueblo. Los mismos priístas que
cubrieron el mural con pintura blanca son los que han querido vender las
tierras sin importarles, por ejemplo, el hecho de que en Atenco se
encuentren, bajo la iglesia del pueblo, los restos de Nezahualcóyotl
según los relatos de los más viejos. La provocación es reflejo de
impotencia y un anodino intento por silenciar lo que el mural dice, pero
es asimismo signo de un proyecto de país gobernado por el PRI: un país
sin voz, sin memoria histórica, sin vergüenza.
Lo mismo ocurre con la fotografía de Peña y Patishtán. Lo que la foto
significa no es, ni mucho menos, la abdicación de un personaje sino el
intento de borrar la memoria colectiva y lo que el caso Patishtán
representó con todos sus sinsabores y sus dolores. Peña Nieto pretende,
con ello, dar vuelta a la página, clausurar la memoria, llevarnos al
olvido. Porque el caso Patishtán es apenas la ventana en la que podemos
mirar el horror y a los cientos, o miles, de personas que viven una
situación similar a la que vivió el profesor tzotzil.
El “intelectual” de Atlacomulco busca la legitimidad de la que carece
en absoluto, su primer año de gobierno ha sido un monumento a la
torpeza y la sandez. Sin embargo, el mensaje es aun más profundo.
Pretende, posando con Patishtán, presentarse conciliador y hasta
humilde, ése es uno de sus objetivos. Es decir, hacerse creer ante sus
gobernados y borrar, de la memoria colectiva, que la libertad de
Patishtán significó, por más que intente negarlo, una derrota a todo lo
que el Estado mexicano representa.
El escritor argentino Ricardo Piglia ha pensado acerca de la forma en
la que el Estado se genera la legitimidad que requiere: crea ficciones,
cuenta, narra, relata una versión de los hechos; silencia, elimina
otros discursos y, por eso, otra versión de la historia. A mi parecer,
es lo que está sucediendo en estas dos situaciones. El Estado está
narrando su historia y pretendiendo silenciar otras; está creando su
ficción para ser creído. No está de más señalar que esas otras historias
silenciadas sólo se conocen, afortunadamente, resistiendo, peleando
contra la ficción estatal. En esa resistencia se genera, poco a poco, un
contrarrelato, una versión contrapuesta a la ficción del Estado. Por
eso, para los priístas es tan necesario borrar el mural y contarnos que
nada pasó, que no fueron vencidos. Por eso, para Peña Nieto, era tan
importante reunirse con Patishtán: quiere ser creído, quiere que
olvidemos. Pero, aunque lo intenten, aunque les duela, la resistencia
social seguirá narrando. Habrá más murales y música y poesía. Aunque lo
intenten, por más fotos que pretendan acallar la verdad, el encuentro
con Patishtán es el corolario de una derrota que ya quieren olvidar.
Fuente: http://bit.ly/1jIHGoT
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